La Habana, mi linda Habana

La Habana, mi linda Habana

domingo, 21 de noviembre de 2010

Fotos antiguas








Hace tiempo que no escribo nada para el blog, pero a cada rato publico alguna foto, y me puse a ilustrar con fotos los artículos que ya había escrito, cuando encontrara la foto apropiada. Recibí dos fotos de una prima de mi padre que vive en Estados Unidos y empecé a subirlas al blog, entonces me puse a buscar entre las que traje de mi país, que no son muchas y cuantos recuerdos vinieron a mi mente, eso lo sabe cualquiera que haya salido de su país a vivir en otro, que por muy bien que le vaya, siempre trae consigo todo lo vivido allá.
Yo, por mi parte, hice casi toda mi vida en Cuba, vine para España con 57 años, que es decir mucho más que la mitad de mi vida, aunque no pueda estar segura de cuantos años voy a vivir.
Bueno, dejando la filosofía atrás, hoy voy a subir unas fotos de mis hijos pequeños, que me encantaron, y aunque estaban muy deterioradas, las restauré con Photoshop, y quedaron aceptables.
Me casé joven, a los 19 años, y mi vida no cambió sustancialmente al casarme, seguí viviendo con mis padres, en nuestra casa de Rancho Boyeros, con todas las comodidades que acostumbraba a tener. Me casé muy ilusionada como cualquier jovencita enamorada, haciendo planes de futuro, y arreglando su ajuar.
A los 21 años tuve a mi primera hija, aún no tenía la madurez necesaria para darme cuenta del gran regalo que me daba Dios y la vida con la presencia de ese montoncito de carne que venía a mi vida. Yo quería una niña, y eso fue lo que llegó, fea a matarse, pero era una niña, jajajaja.
Cuando la vi, eso mismo pensé,” que fea está, pero es una niña”. Recuerdo que en el salón de partos había muchos estudiantes, porque la clínica Cardona en aquella época era una clínica docente, y los chicos al ver salir la cabecita de la niña, empezaron a hacer apuestas de si era hembra o varón, yo oía los gritos de ellos divirtiéndose, muchos dijeron, “niña” y cuando se comprobó que así era, los gritos y la algarabía fue tremenda.
La llegada de  mi niña cambió totalmente mi vida, tuve que aprender a vivir por un reloj, respetando los horarios que conlleva un bebé, pasando malas noches, pues no le daba la gana de dormir cuando yo quería, y no teniendo tiempo para mí ni para descansar.
Mi esposo, tampoco pudo ayudar mucho, porque no tenía paciencia, y tenía algunas ideas equivocadas acerca de lo que era un hijo y de su obligación con él.  Me insistía en que un bebé había que dejarlo llorar, porque sino hacía de uno un esclavo, y además pensaba que las malas noches eran solo para mí, porque él tenía que trabajar y que dormir. Yo, en cambio, podía dormir de día. No sé de dónde sacaba que yo podía dormir de día, solamente pensando que él se iba a las 7 de la mañana y no regresaba hasta las 7 de la tarde, se puede entender que pensara eso. Pues mi vida era un corre-corre, de película, lavando pañales, que en esa época no había desechables y en Cuba mucho menos, dándole el pecho a la niña, haciendo las compras de la comida, cosas que para mí no existían antes de llegar mi pequeña y ya  linda bebé. Claro que nunca le hice caso, y no compartí con él ninguno de esos criterios ,a  mi niña no la dejaba llorar por nada del mundo, sólo lo necesario, y las malas noches se las tenía que tragar quisiera o no, porque yo me quedaba en la habitación con la niña gritando, jajajaja, solamente para mortificarlo.
Recuerdo que dormíamos con aire acondicionado en el verano, que fue cuando nació la niña, y la tenía en un coche cuna precioso, que me habían prestado unos amigos, porque en Cuba eso no existía, las cosas de los bebés se heredaban de la familia, las cunas, los coches, los pañales, y la ropita. El  coche era de piel y tenía su capota, y como el cuarto se mantenía frío, pues la niña estaba en él abrigadita. Una  mañana me levanté y bajé a desayunar, la niña dormía en su coche, apagué el aire acondicionado porque el cuarto estaba muy frío y a ella la dejé tapada con su colchita.  Bueno, el caso es que me entretuve más de lo necesario en la planta baja, y cuando subí, la niña gritaba como una loca, estaba roja y sudaba copiosamente, por poco se me deshidrata, bueno, no tanto, son exageraciones mías, pero todo eso pasaba por mi inmadurez, y mi inexperiencia.
Cuando tuve mi segundo hijo, nada de eso me pasó nunca, pude al fin darme cuenta real y cabal de la felicidad inmensa que se siente al ser madre, sin miedo a la responsabilidad que a uno se le viene encima.  Ya mi niña tenía 4 años, cuando llegó mi nuevo bebé. Para entonces no tenía ayuda de nadie, mi madre se había enfermado de los nervios y ya no podía contar seriamente con ella, era cuando ella pudiera y lo deseara solamente. Creo que eso me hizo madurar más rápido. Ya entonces tenía 25 años, y veía la vida de otra forma. Por otra parte, el nuevo bebé dormía requetebién, comía como un animal, jajajaja, y no me daba trabajo ninguno.  No le gustaba que lo cargaran, donde se sentía bien y a gusto era en su cuna, así que pude vivir más tranquilamente.
He leído que eso pasa precisamente, porque los dos niños no tuvieron la misma madre, la de mi primera hija, era una chica egoísta, sin obligaciones, que veía cambiada su vida bruscamente por ese ser diminuto y chillón que no le dejaba un minuto libre. Sin embargo, mi segundo hijo, tuvo una madre ya experimentada, con obligaciones claras, y que sabía muy bien lo que llegaba a su vida. Por eso pienso que las mujeres no debían tener a sus hijos muy jóvenes, no sólo por ellas, sino por los niños también.
Bueno, quiero decirles, que esa fue la etapa más feliz, y más linda de mi vida. La crianza de mis dos hijos, que llenaron mi vida de luz y de alegría, así siempre lo recuerdo. Disfruté muchísimo esta etapa, volví a vivir mi infancia con ellos, conocí a sus amiguitos y hasta jugué con todos ellos. Cuando empezaron en el colegio, pues les ayudé a estudiar y hacer los deberes, en tres palabras, viví para ellos. En esa época no trabajaba, empecé a trabajar, cuando el más pequeño empezó en el colegio, y ya la niña estaba en quinto grado, y no me arrepiento, pues al final, he comprobado que el trabajo no es lo más importante en la vida, ni sentirse satisfecha profesionalmente, aunque les aclaro que logré mi satisfacción profesional  más tarde. Pero “lo profesional” no me ha acompañado en los momentos duros de mi vida, y mis hijos si. Recibo de ellos el mismo amor, que siempre les di, con mucha alegría, y sé que ellos se sienten bien a mi lado,¿ qué más puedo desear de la vida?.
Bueno, pienso, que puedo desear ganarme la lotería, jajajajajajaja.