La Habana, mi linda Habana

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miércoles, 6 de julio de 2011

Mis primeras dificultades y desdichas infantiles


Ayer vi la película El Discurso del Rey, y la verdad que me gustó bastante. Me hizo recordar lo que he luchado en la vida por causa de la sordera.
Les cuento que en mi familia está presente el gen de la sordera, claro, eso se sabe ahora, que se ha adelantado tanto en genética y se conocen muchos detalles. Pero cuando a mi me afectó, no se sabía nada acerca de esos genes ni mucho menos.
Mi madre, que había oído siempre bien, un mal día, con treinta y cinco años,  se enfermó de la garganta y el especialista le recetó Estreptomicina, que era el antibiótico de moda, y lo utilizaban para cualquier infección bacteriana. Al poco tiempo, empezó a perder la agudeza auditiva, y aunque la vieron varios especialistas, nada pudieron hacer. Esa pérdida fue avanzando progresivamente a medida que pasaban los años, hasta que en la vejez, perdió totalmente la audición. Unos años después a Cossette, mi tía abuela, que también había oído siempre bien, la operaron de la vesícula, y le pusieron en el postoperatorio estreptomicina, por lo que se quedó sorda también.
Por mi parte, recuerdo muy bien cómo empezó mi sordera. Yo cursaba segundo grado en el Instituto Edison, y empecé a sentirme mal, como con gripe, seguí yendo a la escuela, pues mi madre era muy estricta y siempre estaba diciendo que uno no faltaba a clases porque se atrasaba. Así estuve más o menos una semana, que me daba fiebre ligera por las noches y al otro día al colegio. Pero una noche, me brotó el sarampión, que era lo que estaba padeciendo, ya ahí sí que me trancaron 15 días en la casa, pero la fase contagiosa ya había pasado , así que cuando regresé al colegio, el aula estaba vacía, gran cantidad de niños estaban con sarampión.
A mí no me dio nada grave, pero cuando ya todo pasó, empecé a notar que no podía entender lo que hablaban mis padres desde lejos. Oía sus voces pero no podía entender lo que decían.
Al llegar al aula, me di todavía más cuenta, pues me quedaba atrás en los dictados, y no podía entender bien lo que la maestra explicaba, así que me empecé  a sentar más adelante, casi en los primeros puestos del aula. Se lo dije a mis padres, pero ellos quisieron restarle importancia, porque pensaron que yo lo hacía por imitar a mi mamá en su sordera, y mi padre, como era psiquiatra, siempre pensando en un posible trauma, quiso restarle importancia al problema.
Así terminé mi segundo grado, con una maestra muy buena, y muy dulce que siempre recuerdo con cariño. A ella le pedí que me pusiera en tercer grado con la maestra del aula de al lado, porque yo oía a los niños riéndose todo el día, y pensé que era una maestra muy buena y simpática. Lo que yo no oía era por qué los niños se reían. Recuerdo que un día, se abrió la puerta que comunicaba las dos aulas, y cayó un niño con su pupitre hacia mi aula. Yo le pregunté a mi maestra que le había pasado, que como ese niño se había caído, y ella nos dijo que no sabía. Pero claro que lo sabía bien, porque ella quiso quitarme la idea de ir para esa aula, pero yo seguía en mis trece. Hasta entonces, era una niña segura de mi misma, y todavía la sordera no me había hecho ser retraída ni sufrir por ello.
Bueno, les cuento, la experiencia más amarga de mi vida infantil, ya que tuve una infancia muy feliz, aparte por supuesto de la desgracia que supuso perder la audición. Mi pérdida también era progresiva, poco a poco perdía la agudeza y se me hacía imposible entender lo que oía. A mí también me habían puesto Estreptomicina, y pensaban que era producto de ello. Aún hoy en día tengo la duda de si perdí el oído por el sarampión o por la Estreptomicina. Resulta que empecé el tercer grado con la maestra que yo creía tan simpática, y pronto me di cuenta de que los niños se reían burlándose del niño que ella escogía para hacerlo el mono del curso.
Y por desgracia ese año, el mono fui yo. Un día como otro cualquiera, ella que no sabía cómo cogerla conmigo, pues era muy buena estudiante de sacar 100 en casi todo, y de tener el primer lugar del aula siempre, además de ser muy disciplinada, y una niña dócil y obediente, ese día hizo sus planes.
Lo recuerdo como si fuera hoy, porque dicen que esas cosas dejan marca para toda la vida, y doy fe de ello, porque yo nunca lo he olvidado. Ella me pidió la libreta de Estudios de la Naturaleza, mirándome desafiante, y la guardó en su gaveta sin mirarla siquiera. Acto seguido, dijo: Abran la libreta de Estudios de la Naturaleza, que les voy a dictar. Entonces, yo tímidamente, le pedí que me la devolviera para poder escribir, y ella no me contestaba ni me hacía caso. Pero, como yo sabía tomar decisiones desde pequeña, porque así me enseñaron, pues abrí otra libreta y me puse a escribir lo que ella dictaba. Cuando ella me vio escribiendo, enseguida vino a mi lado, y me gritó preguntándome que yo estaba haciendo, le dije que copiando lo que ella dictaba y me dijo que dónde, porque mi libreta la tenía ella. Entonces le contesté que por eso lo estaba haciendo en otra libreta, porque ella no me hacía caso cuando yo se la pedía, para después en mi casa pasarla a la libreta de Estudios de la Naturaleza. Ahí mismo se descompuso toda, y empezó a decirme gritando:  Mira, yo por buena, por inteligente y por estudiosa te doy 100 puntos, pero por idiota te quito 200. Ya saben, enseguida comencé a oír las risas que tanto me habían gustado cuando estaba en el aula de al lado, pero que ahora era el primer golpe demoledor en mi infancia. Me estaban humillando sin motivo, de gratis, sólo por caerle mal a la maestra.
Ese día, no sé como aguanté hasta la hora de salida, porque como me estaba convirtiendo en una niña introvertida y acomplejada por mi pérdida auditiva, ni una lágrima derramé.
Era un viernes, fíjense como me acuerdo de todos los detalles hoy en día, 54 años después, y recuerdo que era viernes, pues ese día era el que mis padres usaban para salir ellos solos, y cuidar su relación de pareja. Cada viernes, salían a cenar, al cine o a bailar, y yo iba para casa de mi abuela hasta por la noche que ellos me recogían. Como cada tarde, al salir del colegio, me fui para la casa con el padre de un amigo que vivía en mi mismo barrio, y llegando a casa nos cruzamos con mis padres que iban para su salida semanal. En cuanto los vi, ya no pude aguantar más y empecé a llorar como una magdalena, es ése sentimiento reprimido que cuando uno ve a los seres que más quiere estalla como una bomba. Bueno, les hice el cuento, y nos despedimos, me dijeron que no pasaba nada, que no le hiciera caso a la maestra, y que fuera para casa de mi abuela que ellos después me iban a buscar.
Después me enteré, que esa semana no tuvieron salida, después de nuestro encuentro fueron directo para el colegio, y allí pidieron hablar con la Directora, que era hermana de mi cruel maestra. Eran todos los hermanos dueños del colegio, y por tanto la queja era más delicada aún. Pero mi padre, psiquiatra infantil, supo tocar las cuerdas adecuadas, porque el comportamiento de la maestra, además de cruel, era totalmente antipedagógico y no sé qué pasó, porque no me hicieron muchos comentarios. Lo único que sé, es que al otro día, la maestra se vio obligada a darme una satisfacción, me pidió el álbum de costura y se lo mostró a toda el aula, diciéndole que estaba muy bonito, y que yo era muy curiosa y prolija en mis labores. Claro que eso fue de dientes para afuera, porque ella siguió sin tragarme, y después de que le llamaron la atención, mucho más, y yo a ella no la podía ver, aún muchos años después la recuerdo con desprecio. Sé que esto es exagerado, pero yo soy rencorosa y el daño que me hizo no fue poco. Porque creo que lo que más me marcó fue que ese curso completo lo pasé sin tener amigas, algo muy duro a los 9 años de edad.
Recuerdo que como me rechazaban por ser la idiota del aula, me pegué a una niñita, buscando su amistad, y le pedía que me esperara para salir juntas al recreo, hasta un día que la niñita me dijo: ¿Que he hecho yo, Dios mío, para que me caiga esto arriba? Entonces me eché atrás, y más nunca me acerqué a ella. Es curioso, porque si no olvidé nunca lo de la maestra, lo de esta compañerita si lo olvidé totalmente, y hace pocos años lo recordé, y me di cuenta que quizás por eso me demoro en hacer amistades, aunque cuando las hago son reales y verdaderas para toda la vida.
Ese curso de tercer grado para mí fue un infierno, fue el único grado en que no cogí premio, la maestra no me dejó entrar al Cuadro de Honor del aula, y lo único que no me pudo quitar fue la Legión de Honor de final de curso por las notas que había sacado. Cuando mi madre me compró un regalo para que se lo llevara a la maestra, yo se lo llevé a la del año anterior, a la de segundo grado, y cuando ella vio aquello y yo le dije que mi maestra era muy mala conmigo, me dijo:” ¿Lo ves? Yo no quería que tú fueras al aula de ella por eso”.
Pero así terminé el tercer grado, y comencé el cuarto, donde si fui muy feliz, con una maestra joven, muy dulce y muy cariñosa, luego en quinto, tuve otra, que también fue mi amiga y la de todas mis compañeritas, que compartía con nosotros alegrías y tristezas, y más tarde en sexto grado tuve una buenísima, a la que le cogí muchísimo cariño, y que nunca olvidé. Terminé el sexto grado con un promedio de 100 puntos, y cuando loca de alegría me iba ya de salida del colegio, me topé con la maestra de tercer grado, ella me paró y me preguntó que por qué iba tan contenta, y yo le expliqué por qué. Pues se rió socarronamente y cuando yo seguí, y ella pensaba que ya no la veía le hizo un signo de dinero a otra de la oficina, como de que mis padres tenían dinero y por eso me daban 100 puntos, ya saben, ahora con 12 años, lo que me dieron ganas fue de torcerle el pescuezo, pero no le dije nada a mi papá para evitar cualquier problema adicional.
Ese fue mi último año en el Edison, pues intervinieron la escuela, con la Revolución y como yo vivía lejos de allí, me pasaron a la escuela secundaria del barrio.
Como ya les he contado bastante, y además me siento aliviada al escribir esto, porque con la vida he aprendido que compartiendo las cosas uno aprende que no eran tan importantes, voy a terminar, dejando para otra entrada como fui superando todos los obstáculos que se me iban presentando por mi minusvalía. ¡Hasta pronto!

2 comentarios:

  1. Rina que emocionante y sincero relato, por desgracia muchas hemos tenido algunas experiencias negativas en la escuela por culpa de quien debiera haber cuidado de nosotras,pero quizás ello nos haya hecho ser más cuidadosas con quien elegimos para relacionarnos.
    Un beso

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  2. Hola Rina , tu relato muy emotivo,a veces la crueldad de los adultos nos dejan una huella muy marcada...pero nosotras las personas humildes,inteligentes, especiales...como eres Tu,hacen que todo aquello sea nada mas que una anecdota...besitos amiga somos las seguidoras nº13, y te esperamos en nuestro blog.http://artevanhautte.blogspot.com

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